El arte nos precede y nos desbroza el camino, por Félix Recio

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Es posible trazar una homología entre el arte y el psicoanálisis, en la medida que son  diferentes formas de abordar lo real. Las obras de arte hay que tratarlas en su singularidad, una por una, dado que el arte no es un conjunto finito, su lógica es la lógica del no todo.

La singularidad, no es ajena al posicionamiento del artista en relación a Das Ding, dado que la obra de arte sería un acercamiento y también una defensa en relación a la Cosa. Para Lacan, Das Ding no es solo un vacio, un mero límite de la representación, es “un objeto incandescente, que aspira”, tiene que ver con lo real del cuerpo, con la pulsión.

El objeto a, se desprende de la Cosa siendo “lo que queda por decir” (Miller). El arte se empeñará en aquello que queda por mostrar, pues, como dice Lacan “a lo que el artista nos da acceso, es al lugar de lo que no podría verse” (Otros escritos), ya que el objeto a es sin significación y sin imagen.

Al menos, entre arte y psicoanálisis hay dos elementos comunes. Por un lado, el arte como un conjunto no consistente, donde las obras implican una lógica del no todo. Por otro lado, el arte como “una falta en ver” (Wajcman), allí donde el psicoanálisis encuentra una falta en decir.

Lógica del no todo y falta en ver, y su consecuencia: la división subjetiva.

María Lara o la otra luz

No es una luz mimética, es otra, la luz creada. La abstracción lírica de María Lara tiene algo en común con el psicoanálisis: la deflación de lo imaginario. Hay una sustracción de la imagen, para así desplegar el enigma de la luz. La ausencia de imagen dará lugar  al engendramiento, a la epifanía de la luz. José Angel Valente, dirá “la matriz de toda creación es la nada o, dicho de otro modo, la creación de la nada es el acto que precede a toda creación” (Elogio del calígrafo).

Lacan, para abordar la creación como creación ex nihilo, utilizará el apólogo del tarro de mostaza. Es el significante el que produce el vacio del tarro, dado que la Cosa es efecto de lenguaje, y es el significante el que propone el objeto, la mostaza, como lo que puede llenar ese vacio previamente creado.

María Lara, en esa ausencia de imagen puede llenar el lienzo de luz. Sus bandas verticales, cromáticas, introducen una musicalidad. un ritmo que hacen pensar en Paul Klee, pero también en el objetivo que Klee se dio “hacer visible lo invisible”.

En la pintura de María Lara, hay un cierto contraste cromático, entre el amarillo y el azul agrisado que introduce una cierta tensión. Tensión que podría pensarse como hiancia de la luz, hiancia donde la metáfora de esa otra luz se hace más densa y enigmática.

Juan Bordes o la nuda vida

Juan Bordes sabe, por medio de su escultura, como dividir al observador. Ante la cercanía de lo real cabe deponer la mirada, cuando ante lo contemplado los párpados se abrasan. Su escultura, es como el punctum que señala Roland Barthes, en ese diario de duelo que es la “Cámara lucida”, un aguijón que desde la obra alcanza al observador y le interroga.

No obstante, la imagen del horror no deja de ser un velo ante lo real, dado que la imagen mitiga el horror mismo. El objeto a, en Lacan o “la carne del mundo”,  en Merleau-Ponty son el soporte invisible de lo visible, la ausencia en la presencia. Wittgenstein, dirá en el Tratactus, “seguramente hay lo inexpresable, eso se muestra”, se muestra como algo presente aunque no representado o como una visión alucinada.

Estas dos consideraciones: el objeto que nos mira y la división subjetiva que provoca esa mirada, junto a, la imagen del horror como velo del horror mismo, están presentes en la escultura de Juan Bordes.

No obstante, quisiera señalar una tercera consideración, pues el horror apunta a la verdad. La escultura de Juan Bordes nos muestra un cuerpo lacerado, en contigüidad con la muerte. Giorgio Agamben, se refiere a la nuda vida, “la vida abandonada” como característica de la Modernidad, pues en esta, la excepción es la regla. El homo sacer, como figura generalizada, es una figura que  solo cuenta con su cuerpo, desprovista de derechos, está expuesta a la muerte.

Hay una cierta resonancia, a pesar de sus diferencias, entre la nuda vida de Agamben y “el proletario”  de Lacan, proletario que solo cuenta con su cuerpo. Esta escultura muestra el cuerpo expuesto al goce del Otro.

Manuel Quejido o la ausencia y el enigma del color

Manolo Quejido,  a través de las palabras pintadas nos muestra dos momentos de ausencia relativas al nacer y al morir, momentos de ausencia como formas de abordar la división del sujeto. No estar donde se estaba, el nacer y el morir.. Pintura como metáfora de desposesión o de extrañamiento .Van  Velde, decia “pintar es alcanzar un punto donde uno no pueda sostenerse”

Pintar es ir más allá, cavar en la barra que separa el significante del  significado, convertir la barra del signo en una zanja, desposeer a las palabras de su significación. La pintura como una des –institución.

“No morirás tu muerte”, Lacan, en el discurso capitalista, sitúa al sujeto, no solo  en el lugar del agente, sino que a diferencia de los otros discursos, el sujeto aparece como determinante en lugar de estar determinado, forma de tratar de eludir la castración  y el inconsciente. El intento de forcluir la muerte, lo señaló Philippe Ariés y todo ello resuena en el “olvido del ser” de Heidegger, dado que la muerte representa su cumplimiento, el momento en que “lo abierto”, como “posibilidad imposible”, se cierra.

Del nacimiento a la muerte,  del verde al amarillo. La palabra pintada sobre un rectángulo de color traspasa su cuestionamiento al color mismo. No vivir el nacer sobre verde,( o el morir sobre amarillo) afecta también al color. De esta manera el sentido queda en suspenso.