Acta de fundación, 21 de junio de 1964

Fundo —tan solo como siempre he estado en mi relación con la causa psicoanalítica— la Escuela Francesa de Psicoanálisis, cuya dirección ejerceré, personalmente, durante los cuatro años venideros, pues nada en el presente me impide responder por ella.

Es mi intención que este título represente al organismo en el que debe cumplirse un trabajo:

  • que, en el campo que Freud abrió, restaure el filo cortante de su verdad;
  • que vuelva a conducir a la praxis original que él instituyó con el nombre de psicoanálisis al deber que le toca en nuestro mundo;
  • que, mediante una crítica asidua, denuncie sus desviaciones y sus compromisos que amortiguan su progreso al degradar su empleo.

Este objetivo de trabajo es indisoluble de una formación que ha de dispensarse en ese movimiento de reconquista. Es decir que están habilitados para ella de pleno derecho aquellos a quienes yo mismo formé y están invitados todos quienes puedan contribuir a poner a prueba lo bien fundado de esta formación.

Quienes acudan a esta Escuela se comprometerán a desempeñar una tarea sometida a un control interno y externo. A cambio, pueden contar con que nada será escatimado para que todo cuanto hagan de válido tenga la repercusión que merece y en el lugar que convenga.

Para la ejecución del trabajo adoptaremos el principio de una elaboración sostenida en un pequeño grupo. Cada uno de ellos (tenemos un nombre para designar a estos grupos) se compondrá de tres personas como mínimo, de cinco como máximo, cuatro es la justa medida. MÁS UNA encargada de la selección, la discusión y el destino que se reservará al trabajo de cada uno.

Tras cierto tiempo de funcionamiento, se propondrá a los elementos de un grupo permutarse en otro.

La labor de dirección no constituirá un cacicazgo cuyo servicio una vez prestado se capitalizaría para el acceso a un grado superior y nadie se considerará retrogradado por volver al rango de un trabajo de base.

Por la razón de que toda empresa personal reinstalará a su autor en las condiciones de crítica y control bajo las que todo trabajo continuo estará sometido en la Escuela.

Esto no implica en modo alguno una jerarquía cabeza abajo, sino una organización circular cuyo funcionamiento, fácil de programar, se afianzará con la experiencia.

Constituimos tres secciones, cuya marcha atenderé con dos colaboradores que me secundaran en cada una.

1. Sección de psicoanálisis puro, o sea, praxis y doctrina del psicoanálisis propiamente dicho, el cual es y no es más que —lo que se establecerá en su oportunidad— el psicoanálisis didáctico.

Los problemas de urgente planteo acerca de todos los desenlaces del didáctico podrán abrirse aquí la senda mediante una confrontación sostenida entre personas con experiencia del didáctico y candidatos en formación. Fundándose su razón de ser en lo que no se debe velar: esto es, la necesidad que resulta de las exigencias profesionales cada vez que éstas llevan al analista en formación a asumir una responsabilidad por muy poco analítica que ésta sea.

En el interior de este problema, y como un caso particular, debe situarse la entrada en control. Preludio para definir este caso según criterios que sean diferentes de la impresión de todos y del prejuicio de cada uno. Pues se sabe que ésta es actualmente su única ley, mientras que la violación de la regla implicada en la observancia de sus formas es permanente.

Desde el comienzo y en todos los casos, un control calificado se asegurará en este marco al practicante que esté realizando su formación en nuestra Escuela.

Serán propuestos al estudio así instaurado los rasgos por los que yo mismo rompo con los estándares afirmados en la práctica didáctica, así como los efectos que se imputan a mi enseñanza sobre el curso de mis análisis cuando se da el caso en que, a título de alumnos, mis analizados asisten a ella. Se incluirá, si es preciso, los únicos impasses a ser tenidos en cuenta de mi posición en una Escuela como ésta; a saber, los que la inducción misma a que apunta mi enseñanza, engendraría en su trabajo.

Estos estudios, cuyo aspecto saliente es el cuestionamiento de la rutina establecida, serán recopilados por el directorio de la sección que velará por las vías más propicias para sostener los efectos de su solicitación.

Tres subsecciones:

  • Doctrina del psicoanálisis puro,
  • Crítica interna de su praxis como formación,
  • Control de los psicoanalistas en formación.

Establezco finalmente como principio de doctrina que esta sección, la primera, como también aquella cuyo destino formularé en el título 3, no se detendrá para su reclutamiento en la calificación médica, al no ser en sí mismo el psicoanálisis puro una técnica terapéutica.

2. Sección de psicoanálisis aplicado, lo que quiere decir de terapéutica y de clínica médica.

Serán admitidos en ella grupos médicos, estén compuestos o no de sujetos psicoanalizados, por poco que se hallen en condiciones de contribuir a la experiencia psicoanalítica; mediante la crítica de sus indicaciones en sus resultados; por la puesta a prueba de los términos categóricos y de las estructuras que en ellos introduje como sustentos de la recta línea de la praxis freudiana; esto en el examen clínico, en las definiciones nosográficas, en la posición misma de los proyectos terapéuticos.

  • Doctrina de la cura y de sus variaciones,
  • Casuística,
  • Información psiquiátrica médica y prospección médica.

Un directorio que autentifique cada trabajo como de la Escuela y cuya composición excluya todo compromiso preconcebido.

3. Sección de recensión del campo freudiano.

Atenderá primeramente el informe y la censura crítica de todo cuanto ofrezcan en este campo las publicaciones que se pretenden estar autorizadas en él.

Se dedicará a poner en claro los principios por los que la praxis analítica debe recibir en la ciencia su estatuto. Estatuto que, por más particular que deba, finalmente, reconocérsele, no podría ser el de una experiencia inefable.

Convocará, por último, a instruir nuestra experiencia así como a comunicarle, aquello que del estructuralismo instaurado en ciertas ciencias puede aclarar aquél cuya función demostré en la nuestra, en sentido inverso, aquello que de nuestra subjetivación estas mismas ciencias pueden recibir como inspiración complementaria.

En el límite, se requiere una praxis de la teoría sin la cual el orden de afinidades que trazan las ciencias que llamamos conjeturales, quedará a merced de esa deriva política que se empina en la ilusión de un condicionamiento universal.

Nuevamente, pues, tres subsecciones:

  • Comentario continuo del movimiento psicoanalítico,
  • Articulación con las ciencias afines,
  • Ética del psicoanálisis, que es la praxis de su teoría.

Los fondos financieros constituidos primero por la contribución de los miembros de la Escuela, por las subvenciones que ésta obtendrá eventualmente, y aun por los servicios que prestará como Escuela, estarán enteramente destinados a su esfuerzo de publicación.

En primera fila, un anuario reunirá los títulos y el resumen de los trabajos, cualquiera que sea el medio en que se hayan publicado, de la Escuela, anuario donde figurarán a su simple petición todos quienes hayan colaborado con ella.

Se adherirá a la Escuela presentándose a ésta en un grupo de trabajo constituido como hemos dicho.

La admisión al comienzo será decidida por mí mismo sin que yo tenga en cuenta las posiciones tomadas por quienquiera en el pasado respecto de mi persona, seguro como estoy de que quienes me dejaron, no soy yo quien está resentido con ellos, sino que son ellos quienes estarán cada vez más resentidos por no poder retractarse.

Mi respuesta, por lo demás, apuntará tan sólo a lo que pueda yo presumir o constatar según méritos acerca del valor del grupo y del lugar que éste pretenda ocupar primeramente.

La organización de la Escuela, conforme el principio de rotación que he indicado, será fijada por una comisión aprobada por una primera asamblea plenaria que se reunirá dentro de un año. Esta comisión la elaborará según la experiencia recorrida al vencer el segundo año, cuando una segunda asamblea tendrá que aprobarla.

No es necesario que las adhesiones abarquen el conjunto de este plan para que funcione. No necesito una lista numerosa, sino trabajadores decididos, como ya lo sabía de antemano.

Nota adjunta

Este acta de fundación considera nulos simples hábitos. Pareció sin embargo dejar abiertas ciertas preguntas a quienes estos hábitos rigen todavía.

Una guía para el usuario, de siete títulos, da aquí las respuestas más solicitadas, a partir de ellas se supondrán las preguntas que ellas disipan.

1. Del didacta.

Un psicoanalista es didacta, por haber hecho uno o varios psicoanálisis que han demostrado ser didácticos.

Se trata de una habilitación de hecho, que siempre se produjo así en realidad y que sólo depende de un anuario que ratifica hechos, sin siquiera pretenderse exhaustivo.

Se hace caducar el uso del consentimiento de los pares por haber permitido la muy reciente introducción de lo que se llama «la lista», desde el momento en que una sociedad pudo utilizarla para fines que desconocen de la manera más patente las condiciones mismas del análisis a emprender tanto como del análisis en curso.

Condiciones entre las cuales la esencial es que el analizado sea libre de elegir a su analista.

2. De la candidatura a la Escuela.

Una cosa es la candidatura a una Escuela, otra cosa la calificación de un psicoanálisis didáctico.

La candidatura a la Escuela exige una selección que se regulará según sus metas de trabajo.

Al comienzo estará a cargo de un simple comité de recepción, llamado Cardo, es decir gozne en latín, lo que indica su espíritu.

Recordemos que el psicoanálisis didáctico sólo se exige para la primera sección de la Escuela, si bien es deseable para todas.

3. Del psicoanálisis didáctico.

La calificación de un psicoanálisis como didáctico se practicó hasta el presente mediante una selección, bastando constatar para juzgarla que, desde que dura, no permitió articular ninguno de sus principios.

Nadie tiene posibilidad ya de deslindarse en el futuro, salvo si rompe primero con un uso que se ofrece a la irrisión.

El único principio cierto que se puede plantear y tanto más porque se lo ha desconocido, es que el psicoanálisis se constituye como didáctico por el querer del sujeto y que éste debe estar advertido de que el análisis pondrá en duda ese querer, conforme vaya acercándose al deseo que encubre.

4. Del psicoanálisis didáctico en la participación en la Escuela.

Aquellos que emprenden un psicoanálisis didáctico lo hacen de motu propio por propia elección.

El título 1 de esta nota implica incluso que pueden hallarse en posición de autorizar a su psicoanalista como didacta.

Pero la admisión en la Escuela les impone la condición de que se sepa que han iniciado la empresa, dónde y cuándo.

Pues la Escuela, cualquiera sea el momento en que el sujeto entra en análisis, tiene que sopesar este hecho con la responsabilidad que no puede rehusar de sus consecuencias.

Es constante que el psicoanálisis tenga efectos sobre toda práctica del sujeto que en él se compromete. Cuando esta práctica procede, por muy poco que sea, de efectos psicoanalíticos, resulta para él que los engendra en el lugar en que tiene que reconocerlos.

Cómo no advertir que el control se impone en cuanto surgen estos efectos y ante todo, para proteger de ellos a aquel que ocupa allí la posición de paciente.

Algo de una responsabilidad que la realidad impone al sujeto, cuando es practicante, asumir por su cuenta y riesgo está en juego aquí.

Fingir ignorar este hecho es la increíble función que se conserva en la práctica del análisis didáctico: se sobreentiende que el sujeto no practica o que viola con su obrar una regla de prudencia, incluso de honestidad. Que observando esta regla el sujeto acabe faltando a su función, no está fuera de los límites de lo que sucede, como se sabe, por otra parte.

La Escuela no podría abstraerse de este desastroso estado de cosas, en razón misma del trabajo que está destinada a garantizar.

Por eso prestará los controles que convienen a la situación de cada uno, haciendo frente a una realidad, de la que forma parte el acuerdo del analista.

Inversamente, una solución insuficiente podrá motivar para ella una ruptura de contrato.

5. Del compromiso en la Escuela.

Por dos accesos se compromete uno ahora en la Escuela.

  1. El grupo formado por elección mutua según el acta de fundación y que se llamará cartel, se presenta para mi aceptación con el título del trabajo que cada uno espera cumplir en él.
  2. Los individuos que quieren hacerse conocer por cualquier proyecto, hallarán el camino útil ante un miembro del Cardo: los nombres de los primeros en aceptar el cargo a mi solicitud, se publicarán antes del 20 de julio. Yo mismo dirigiré hacia uno de ellos a quien así me lo demandase.

6. Del estatuto de la Escuela.

Mi dirección personal es provisional, aunque prometida por cuatro años. Me parecen necesarios para la puesta en marcha de la Escuela.

Si su estatuto jurídico es desde ahora el de la asociación declarada bajo la ley de 1901, creemos primero tener que integrar en su movimiento el estatuto interno que será, en un plazo fijado, propuesto al consentimiento de todos.

Recordemos que la peor objeción que pueda hacerse a las Sociedades de forma existente, es el agotamiento del trabajo, manifiesto hasta en la calidad q causan entre los mejores.

El éxito de la Escuela se medirá por la presentación de trabajos que sean admisibles en su lugar.

7. De la Escuela como experiencia inaugural.

Este aspecto se impone sobradamente, pensamos, en el acta de fundación, y dejamos a cada cual la tarea de descubrir sus promesas y sus escollos.

A quienes puedan interrogarse sobre lo que nos guía, les revelamos su razón.

La enseñanza del psicoanálisis no puede transmitirse de un sujeto al otro sino por las vías de una transferencia de trabajo.

Los «seminarios», incluido nuestro curso de Altos Estudios, nada fundarán si no remiten a esa transferencia.

Ningún aparato doctrinario, y en particular el nuestro, por propicio que sea a la dirección del trabajo, puede prejuzgar sobre las conclusiones que serán su resto.

Preámbulo

Esta fundación, se puede plantear en primer término la cuestión de su relación con la enseñanza que no deja sin garantía la decisión de su acto.

Se postulará que, por calificados que estén quienes se hallen en condiciones de discutir allí esta enseñanza, la Escuela no depende de ella y tampoco la dispensa, ya que ella prosigue en el exterior.

Si para esta enseñanza, en efecto, la existencia de una audiencia que todavía no la ha valorado, se reveló en el mismo vuelco decisivo que impuso la Escuela, importa tanto más señalar qué los separa.

Escuela Freudiana de París — este título mantenido en reserva en el acta de fundación, anuncia a las claras las intenciones de las que procede, a quien se atiene a sus términos.

Omitamos el lugar desde el que se reasume, no sin méritos para hacerlo, con el escudo de origen el desafío que conlleva, ya saludado por Freud: la Escuela se afirma primeramente freudiana, dado que —si hay una verdad que, sin duda, se sostiene en una presencia que paciente la reitera, cuyo efecto devino conciencia del área francesa— el mensaje freudiano sobrepasa de lejos en su radicalidad el uso que de él hacen los practicantes de obediencia anglófona.

Aun si se echa mano en Francia y en otras partes a una práctica mitigada por el torrente de una psicoterapia asociada a las necesidades de la higiene social —es un hecho que ningún practicante deja de mostrar su molestia o su aversión, incluso irrisión u horror, a medida que se ofrecen ocasiones de sumergirse en el lugar abierto donde la práctica aquí denunciada asume forma imperialista: conformismo de la mira, barbarismo de la doctrina, regresión acabada a un psicologismo puro y simple— todo ello mal compensado por la promoción de un clero fácil de caricaturizar, pero que en su compunción es cabalmente el resto que da fe de la formación por la cual el psicoanálisis no se disuelve en lo que propaga.

Este desacuerdo ilústreselo con la evidencia que surge al preguntar si no es cierto que en nuestra época el psicoanálisis está en todos lados, mas los psicoanalistas en otra parte.

Pues no en vano puede uno sorprenderse de que el mero nombre de Freud, con la esperanza de verdad que lleva sea considerado por enfrentarse con el nombre de Marx, sospecha no disipada, aunque sea patente que el abismo entre ellos sea incolmable, que en la vía entreabierta por Freud podría percibirse la razón por la que el marxismo fracasa en dar cuenta de un poder cada vez más desmesurado y loco en cuanto a lo político, que incluso podría desempeñar un efecto de reactivación de su contradicción.

Que los psicoanalistas no estén en condiciones de juzgar los males en que están inmersos, pero que en ello fallan, basta para explicar que respondan con un enquistamiento del pensamiento. Dimisión que abre la vía a una falsa complacencia, portadora para el beneficiario de los mismos efectos que una verdadera; en este caso, la estampilla que degradan en los términos cuya guarda tienen para la empresa que de ningún modo es en sí el resorte de la economía reinante, aunque cómoda es la puesta en condiciones de aquellos que ella emplea, incluso en los altos grados: la orientación psicológica y sus diversos oficios.

De este modo el psicoanálisis está demasiado en espera y los psicoanalistas demasiado en falso para que se pueda deshacer su suspenso desde otra parte que el punto mismo del que han tomado distancia: a saber, la formación de psicoanalista.

No es que la Escuela no disponga de lo que le asegura no romper ninguna continuidad: a saber, psicoanalistas irreprochables cualquiera que sea el punto de vista que se adopte, puesto que hubiese bastado para ellos, como bastó para el resto de los sujetos formados por Lacan, que renegasen de su enseñanza para ser reconocidos por cierta «Internacional» y es notorio que no deben sino a su elección y a su discernimiento el haber renunciado a dicho reconocimiento.

Es la Escuela la que vuelve a cuestionar los principios de una habilitación patente y con el consentimiento de aquellos que notoriamente la han recibido.

En lo cual freudiana revela ser además, presentándose ahora a nuestro examen el término de Escuela.

Este término debe ser tomado en el sentido en que antiguamente significaba: ciertos lugares de refugio, incluso de bases de operación contra lo que ya podía llamarse malestar en la cultura.

Al atenernos al malestar del psicoanálisis, la Escuela entiende dar su campo no solamente a un trabajo de crítica, sino a la apertura del fundamento de la experiencia, al enjuiciamiento del estilo de vida en que desemboca.

Quienes aquí se comprometen se sienten lo suficientemente sólidos como para enunciar el estado de cosas manifiesto: que en el presente el psicoanálisis no tiene nada más seguro que hacer valer en su activo que la producción de psicoanalistas, aunque ese balance aparezca como dejando que desear.

No es que con ello nos abandonemos a cierta autoacusación. Somos conscientes de que los resultados del psicoanálisis, aun en su estado de dudosa verdad, hacen papel más digno que las fluctuaciones de moda y las premisas ciegas de las que se fían tantas terapéuticas en el terreno donde la medicina no acabó de ubicarse en cuanto a sus criterios (¿los de la recuperación social son isomorfos a los de la curación?) y parece incluso en retirada en cuanto a la nosografía: hablamos de la psiquiatría, que ha pasado a ser un interrogante para todos. Es incluso bastante curioso ver el modo en que el psicoanálisis hace aquí de pararrayos. Sin él, cómo se haría para ser tomado en serio cuando su único mérito es el oponérsele. A ello se debe un statu quo en que el psicoanalista se siente cómodo gracias a la benevolencia con la que se considera su insuficiencia.

El psicoanálisis se distinguió primero, sin embargo, por dar acceso a la noción de curación en su terreno, a saber: devolver sus sentidos a los síntomas, dar lugar al deseo que ellos enmascaran, rectificar de manera ejemplar la aprehensión de una relación privilegiada, aunque hubiese hecho falta poder ilustrarla con las distensiones de estructura que exigen las formas de la enfermedad, reconocerlas en las relaciones del ser que demanda y que se identifica con esta demanda y esa identificación mismas.

Aun haría falta que el deseo y la transferencia que las animan hayan sublevado a quienes tienen su experiencia hasta volverles intolerables los conceptos que perpetúan una construcción del hombre y de Dios, donde entendimiento y voluntad se distinguen mediante una pretendida pasividad del primer modo y la arbitraria actividad que atribuye al segundo.

La revisión del pensamiento que reclaman las conexiones con el deseo que Freud le impone, parece estar fuera de los medios del psicoanalista. Ellos se eclipsan sin duda entre los miramientos que los doblegan y la debilidad de aquellos a los que socorre.

Hay empero un punto en que el problema del deseo no se puede eludir, es cuando se trata del psicoanalista mismo.

Y nada es más ejemplar de la pura cháchara que lo que de ella dice este comentario: que ella condiciona la seguridad de su intervención.

Perseguir en las coartadas el desconocimiento que se escuda aquí con falsos documentos, exige el encuentro de lo más valedero de una experiencia personal con aquellos que la conminarán a confesarse, considerándola un bien común.

Las propias autoridades científicas son aquí el rehén de un pacto de carencia que hace que ya no se pueda esperar desde fuera una exigencia de control que estaría a la orden del día en cualquier otra parte.

Es asunto solamente de quienes, psicoanalistas o no, se interesan por el psicoanálisis en acto.

A ellos se abre la Escuela para que pongan a prueba su interés, no estándoles prohibido elaborar su lógica.