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Luís Jaime Martínez del Río
La creeación artística es algo así como una epifanía, aunque sea laica, es la representación de algo desconocido, más fácil de ser imaginable que racionalizable.
Luis Jaime Martínez del Río, al recibir el Premio Internacional de Artes Plásticas OBRA ABIERTA 2016, de Caja de Extremadura
La sublimación eleva un objeto a la dignidad de la Cosa.
J. Lacan, La ética del psicoanálisis
Todo arte se caracteriza por cierto modo de organización alrededor de un vacío.
J. Lacan, La ética del psicoanálisis
Lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar.
Rainier María Rilke, Elegías de Duino
El psicoanálisis no siente sino raramente el incentivo de emprender investigaciones estéticas… Sin embargo, puede darse la ocasión de que sea impelido a prestar su interés a determinado sector de la estética… uno que está como a trasmano… Lo Unheimlich, lo siniestro, forma uno de estos dominios.
Freud, Lo siniestro
Lo siniestro no sería nada nuevo, sino más bien algo que siempre fue familiar a la vida psíquica y que solo se retornó extraño bajo el proceso de represión…
…es una suerte de espantoso que afecta las cosas conocidas y familiares, desde tiempo atrás…
Freud, Lo siniestro
Una obra de arte es tanto más verdadera cuanto más revela el secreto apenas desflorado de la condición humana
María Zambrano, Algunos lugares de la pintura
Presentación, por Sol garcía
En la obra de arte lo bello y lo sublime convoca lo que nos es familiar y armonioso. Gracias a la mediación simbólica, rodea y circunscribe el vacío de representación en el que bulle el goce pulsional, lo más real del sujeto. Operando a modo de velo, pone distancia del goce excesivo que atormenta, haciéndolo soportable.
La obra de arte que lo es, sin perder el valor de representación simbólica, puede mostrar también la vertiente ominosa de lo familiar. Apuntando al encuentro con lo real a través de la organización significante, interpela y divide al sujeto, quien más que interrogar la obra, quedará interrogado por ella.
Como la obra de arte, el Psicoanálisis se ocupa del vacío, al que Freud denominó Das Ding y Lacan llamó la Cosa, concepto que sustituirá posteriormente por objeto «a», objeto causa de deseo. Al igual que la obra de arte, el Psicoanálisis ni tapona, ni evita el vacío, lo señala y lo circunscribe.
En este nuevo encuentro de DIÁLOGOS CON EL ARTE están ya instaladas en nuestra sede algunas de las esculturas de Luis Jaime Martínez del Río, cuya obra, según él mismo opina, no encaja en los criterios de la obra de arte clásica, una «bella mentira, que adorna y redime de los padecimientos de la vida». «La obra de arte es pensamiento simbólico, la representación de algo desconocido, más fácil de ser imaginable que racionalizable», indica.
Una vez más, desde la comisión de DIÁLOGOS CON EL ARTE buscamos el intercambio entre Arte y Psicoanálisis. Con la obra presente en nuestra sede se hace posible el encuentro con aquello que impacta e interroga a los observadores, cuantos psicoanalistas, alumnos y asistentes a otros programas acudimos habitualmente. Las esculturas de Luis Jaime Martínez del Río permanecerán en nuestra sede durante dos meses, para que puedan ser visitadas también por todas las personas que lo deseen.
Continuamos orientándonos por el criterio, ya señalado por Freud y Lacan, de que a los psicoanalistas el Arte nos precede y nos señala el camino. No buscamos hacer Psicoanálisis aplicado al arte, sino Psicoanálisis implicado en el Arte. Nuestros dichos, lejos de ser afirmaciones cerradas, buscan cuestionar y debatir sobre lo que el Arte muestra al Psicoanálisis.
Entre el chamán y el ciborg, por Rebeca García
Galanes de noche, trajes de sombra, ternos de sombras, sombras inquisitoriales…
Así va rodeando con las palabras Luis Jaime Martínez del Río, las esculturas de su último período en las que trabaja fundamentalmente con materiales textiles que recorta, arma, insufla y sutura.
Trajes de sombra que en su compacidad nos agujerean, casi «agujeros negros» como ha dicho algún crítico de arte, agujeros que nos hechizan: imposible quedar indiferentes ante su enigma. Trajes que insinúan cuerpos o seres en su interior, a duras penas contenidos por tan elaborada armadura. Casi podemos verles respirar bajo el tejido, henchido éste de una presencia que se nos escapa: ¿presencia humana? ¿animal?
Más bien nos confronta con un permanente estado de metamorfosis que apunta a la imposibilidad de nombrar: apenas encontramos alguna palabra o imagen para asimilar la escultura que tenemos delante (Kafka, el Bosco, Goya…) resuena estrepitosamente un «no es eso».
Si cada escultura de este período es bien diferente y tiene su nombre propio, hay una unidad que las abraza: quizás la imposibilidad antes mencionada.
No son vestidos para embellecer, sino que a veces parecieran emanaciones de esa presencia interna que sólo pudiera mostrarse en la máscara de la indumentaria: a medio camino, nos va a decir Luis Jaime, «entre el chamán y el ciborg», pero «alejado de toda deidad».
Si el chamán se transfigura y adorna para mediar entre los hombres y el mundo de lo sobrenatural, el ciborg nos confronta con un más allá de las posibilidades del organismo humano que la ciencia, tantas veces en recíproco servicio al capitalismo, se esfuerza por explorar.
Ternos de sombras, trajes de poder que hubieran cedido algo de su histórica dimensión simbólica para dejar traspasar, en extraña ósmosis, un Real aniquilador del sujeto y su deseo, del orden de los dioses oscuros de los que hablara Lacan.
El artista , una vez más, actúa como «avisador del fuego» y su obra nos interroga a los psicoanalistas, según el decir de Freud, en «el corazón del ser».
La conversación anhelante no se hará esperar.
Lo que el ojo no puede ver, la mirada lo encuentra… en la obra de LJMR, por Carmelo Sierra
La obra de Luis Jaime Martinez del Rio, te obliga a pensar. No es fácil deleitarse en las líneas y formas que su obra ofrece al espectador. Sus objetos están ocultos en apariencias de difícil identificación, son una presencia, ausente, que se vislumbra tras una detenida mirada que convoca a la fantasía y el lenguaje.
Lo sensorial, puerta de entrada del arte plástico, «toca», pero es toque movilizador, no el toque adormecedor de lo convencionalmente bello.
Sus formas corpóreas llenas de ausencias y faltas, en sus objetos, muestran aquello que sin poder ser visto a través de los ojos, solo la mirada atisba.
En el abanico existencial entre la vida y la muerte, su obra presenta formas de una contundencia que bien pueden hablar en un mismo lenguaje, y al mismo tiempo, de las dos vertientes. Formas de crisálidas o queloides cicatriciales, que sugieren vida, pero muerte al propio tiempo. Indefinición de tiempo y forma que catapulta a un espacio mas allá del velo y la frontera de la reconocible y plácida realidad cotidiana. Un mundo fantasmático,
de escenario ensombrecido que hace tambalear la seguridad emocional con la que con frecuencia uno se confronta ante un determinado arte, de distracción y sosiego.
No es el caso de este autor de singularidad indiscutible, que muestra sin temor lo mas frágil y liviano, y por ello horroroso, de la existencia humana, sin caer en violentas representaciones escatológicas o perversas en las que el mal gusto se antepone, sin decir nada mas que lo soez de la provocación.