IV ciclo de Poesía y Psicoanálisis

Fecha Resumen
28Feb2020 18:00 – 20:00 Ana Gorría y Sol García
08May2020 18:00 – 20:00 Maite Agudo y María Luisa de la Oliva
18Jun2020 18:00 – 20:00 Viktor Gómez y Rebeca García

Si lo desea, puede acceder a los audios de las intervenciones.

Presentación, por Sol García

La escritura poética evoca la experiencia del Inconsciente, lo hablado y lo gozado, el sentido y el vacío, lo real, que no puede nombrarse. «La poesía es un decir que es efecto de sentido, pero también efecto de agujero» señala Lacan (seminario 24, L’Insu que sait…).

Encontramos que el poema no es esclavo del sentido y que, si bien es un decir legible, no surge de los enunciados coherentes del yo. Algo más profundo, como surgido de las hendiduras del discurso, próximo a lo real, se hace presente en el poema. Así, el poema traslada algo que no es del orden de ficción, sino del orden de verdad. Soledad Medina, poeta y amiga, dice «escribir poesía es la
verdad del poeta, el poema o es verdadero o no es poema».

Leer poesía, a mi modo de ver, supone entendérselas con el poema, implicarse en él, de manera que el poema nos introduce en una experiencia inédita. En su seminario número 3, titulado «La Psicosis», Lacan afirma: «Hay poesía cada vez que un escrito nos introduce en un mundo diferente al nuestro y, dándonos la presencia de un ser, de determinada relación fundamental, lo hace nuestro también… La poesía es creación de un sujeto que asume un nuevo orden de relación simbólica con el mundo»

¿Podríamos pensar, entonces, la escritura poética como una puerta que se abre al Inconsciente?

Los psicoanalistas sabemos que el acceso al inconsciente es con la presencia del analista, sostenido por la transferencia y mediante la interpretación analítica. Los psicoanalistas no somos poetas, ni el Inconsciente es poema. Pero suscribo el decir de Lacan quien encuentra en la poesía una fuente de creación y lanza la sugerencia: «¿Estar eventualmente inspirado por algo del orden de la poesía para intervenir en tanto que psicoanalistas?»(seminario 24, L’Insu que sait…).

Nuestro lúcido colega, Vicente Mira, cuya falta sigue presente, intervino en una mesa redonda junto a otros psicoanalistas y artistas con motivo de la inauguración del curso 2010/11 del Colegio de Psicoanálisis de Madrid. Hablando sobre el surrealismo señaló: «Creo que, si hay un lugar donde algo de lo que el psicoanálisis trabaja puede abrirse en un arte es, única y solamente, en la escritura poética. No es gratuito. Lacan nos lo señala varias veces y de manera precisa. Que en psicoanálisis no se trata de descubrir algo que está ahí, […] que es retorno sino creación […] al estilo del poeta».

Las poetas Ana Gorría y Marta Aguado y el poeta Viktor Gómez nos acompañan en este cuarto ciclo de «Poesía y Psicoanálisis». Sus poemas, que tanto sugieren —tal vez, lo imposible de decir o lo imposible del encuentro, la falta y el deseo, las marcas del lenguaje en el cuerpo—, relanzan nuestros ricos intercambios. Seguimos.

Un conocimiento otro, por Alberto Cubero

En el prólogo a su magnífico ensayo «Estancias», Giorgio Agamben escribe:

Según una concepción que está contenida sólo implícitamente en la crítica platónica de la poesía, pero que ha adquirido en la edad moderna un carácter hegemónico, la escisión de la palabra se interpreta en el sentido de que la poesía posee su objeto sin conocerlo y la filosofía lo conoce sin poseerlo. La palabra occidental está dividida, así, entre una palabra inconsciente y como caída del cielo, que goza del objeto de conocimiento representándolo en la forma bella, y una palabra que tiene para sí toda la seriedad y toda la conciencia, pero que no goza de su objeto porque no sabe representarlo.

Cabe preguntarse, pues, a partir de estas líneas, por qué latitudes transita la palabra poética, que goza del objeto que representa pero sin tener conocimiento, logos, de él. Palabra inconsciente que adviene como si ya estuviera marchando antes de llegar, palabra que es balbuceo, trazo, murmullo, que parte hacia la voz del poeta desde no se sabe dónde.

¿Pero de qué goza? Si no se trata de un goce de sentido, del orden de lo racional, ha de hacerlo de un conocimiento otro, siendo ese conocimiento otro, precisa y paradójicamente, un desconocimiento que además de pertenecer al orden de lo reprimido, es también un impronunciable empotrado en el cuerpo, en lo pulsional. Acaso por ello la palabra —hablando en términos generales y, específicamente, la poética— resulta siempre fragmentaria. Arrastra corpúsculos del plano tensional que nos atraviesa y corpúsculos
de la palabra olvidada, remotísima.

«El centro de la lengua es imperfecto como pequeñas láminas de uranio» escribe Ana Gorría en su poema «Fantasmas». O este otro verso: Náufraga del idioma, todo es distancia aquí, en su poema «Desórdenes». Sí, el centro de la lengua y del lenguaje es imperfecto y no alcanza para transcribir lo que rebota desde el cuerpo, desde lo inhóspito.

«Existo, bien lo sé, porque palpo el dibujo de mis vísceras. El centro: ahora-aquí, en él radico, como volumen que ultima su oficio necesario», palabras de Marta Agudo que arrancan, claro, desde las vísceras y esa fisicidad, ese espacio —carne, huesos, piel— ese interior en el que latimos. «Días en que la muerte sabe a poco. El carbón de la herida se sublima en el cuchillo o alivio umbilical que rumia, pero no sacia», continúa en otro poema.

Hay esa deslocalización, esa violentación de la palabra poética en búsqueda del no-orden que nos constituye, del deseo, de lo oculto. Para dar testimonio de todo esto, aunque sea testimonio insuficiente, la torsión lingüística es la herramienta que puede afrontar el intento de desentrañar lo inefable. Víktor Gómez nos lo dice así: « Por el frío deja hueco a la vida otra … / otro fuego, otro lenguaje. Y en otro poema apuntala: en qué lugar desplazar la palabra, dejar en el umbral de lo visible la no-huella».

Ana Gorría y Sol García

Desórdenes

Un juego por debajo de la vida. Las cosas aparecen.
Este rumor que hemos sentido cuerpo. Lo que ha
empujado con fragilidad. Cada paso que arrastra, de
nosotros, entre los laberintos y la puerta. La tiranía
impaciente, abrimos la distancia y lo precipitado: la
lengua –balbuceos, incómodo lenguaje-. Náufraga
del idioma, todo es distancia aquí. Son pequeños los
ruidos que hacen la realidad. Atravesada y lenta,
indefinida, tan rota para el nudo como un golpe
voraz. La boca aguarda solo lugares impacientes.

Curvas

La mano que busca se desliza como un caracol frío.
Encontrar. No encontrar. Todo lo que deshace. Algo
más, contra el tiempo las formas aparecen como
huesos alzados de una fosa común. Sin embargo,
volvemos a aparecer tan rápidos y hermosos como
una nueva era: los dichosos y los tristes. Todos
rostros sin nombre. Los cuerpos marcan minúsculos
caminos como lentos meandros. Alrededor, sin
embargo, lo que aparece ha desaparecido.

La utopía de tu proximidad

Al suspenderse la respiración, igual que el centinela
al esperar la aurora. Sustituyamos lo inmediato por
el ligero cataclismo. El hueco, por el incendio en
alba ¿es esto lo que se puede comprender?, ¿por eso
así el vacío del cuerpo a cuerpo, la voz no
murmurada, los ojos que en el túnel no se
encuentran?

La soledad de las formas, ed. Sol y Sombra 2013, Ana Gorría

Maite Agudo y M.ª Luisa de la Oliva

Dices luz y no iluminado,
	aliento o perdón al filo de las sienes
			pero siempre presencia.
	Herencia en sustantivo emancipada.

Vértebra a vértebra yergues el discurso,
	geometría del verbo
		en verso suspendida.
	Ni ebrio origen ni trazo rebosante.

Sepa el cuerpo sus golpes:
	pared de hondas sacudidas
			tras cada incertidumbre.
		Morse, zarza escrita
lenguaje hecho de tildes
y puntos sobre pieles.

Fragmento, ed. Celya 2004, Marta Agudo

Víktor Gómez y Rebeca García

lo que falta ¿por qué se desea contra la salud
inalcanzable? lo que falta se heredó del vértigo y la
asfixia. nunca digas de este agua(ardiente) no beberé.
quieres escuchar al pubis, danzante. ¿sus últimas
limosnas? no sabes quitarte de la lengua el sabor de
la ausente.

la falta es droga dura. domestica, te adentra en la
encrucijada de la complejidad: animal errado, su
propia sombra quedó perdida sobre ella.

en la madrugada los ciervos blancos que bajaron a
saciar su sed han huido en desbandada monte a
través, casi despeñándose. huyeron despavoridos al
sentir los coches de los cazadores y sus luces de
largo alcance. toda la noche es interminable estancia
—ensordecida— del ansia al miedo. del miedo al
desvarío.

Sobrante, ed. La Garúa 2019, Viktor Gómez

Comisión de organización

  • Evaristo Bellotti
  • Gloria Fernández de Loaysa
  • Rebeca García
  • Sol García
  • M.ª Luisa de la Oliva
  • Félix Recio
  • Carmelo Sierra

Descargar folleto en PDF

Si lo desea, puede acceder a los audios de las intervenciones.